Ciencias científicas
Se acaba de inaugurar el Basque Culinary Center en San Sebastián, que albergará a la Facultad de Ciencias Gastronómicas, con el propósito de “llevar la cocina al mundo del conocimiento” (El País, 26/9/2011). El sentido del viaje tiene su importancia, porque uno diría que el mundo del conocimiento ya lleva mucho tiempo instalado en la cocina y que, de modo más o menos osmótico, se ha transmitido entre generaciones sin necesidad de pasar por ninguna Facultad. Pero se comprende que un “conjunto de autores que comparten el conocimiento y la práctica de una misma disciplina” ‑con éxito deslumbrante, por otra parte‑ quiera establecerse como comunidad científica. Para eso es imprescindible trasladar los fogones de los lugares tradicionales de enseñanza ‑las cocinas‑ a los del saber científico ‑las universidades.
En el sentido contrario, llama la atención que otra comunidad de conocimiento de remota tradición universitaria –la de los filósofos‑ sea identificada como “inexistente”, científicamente hablando. En concreto, en el sentido preciso de “comunidad científica” definido en la frase entrecomillada del párrafo anterior (El País, 24/9/2011).
Podría parecer que algo raro pasa con la ciencia si es que ‑como en aquel chiste malo sobre el matrimonio‑ los de fuera quieren entrar y los de dentro quieren salir. En realidad, en la “ciencia” –un término imposible de connotar negativamente‑ quieren entrar todos. De hecho entran: abundan las disciplinas que añaden el término explícito a su denominación, quizá ante la sospecha de que no se sobreentiende. La lista es larga: ciencias jurídicas, ciencias políticas, ciencias de la información, ciencias de la comunicación, ciencias del deporte, ciencias de la educación, ciencias criminológicas, ciencias ocultas, ciencia infusa,… Otras, en cambio, que no usan la mención de marras son incluidas directamente en la categoría: física, química, medicina, biología,… Como parecen estar todas –incluidas las que son‑ en la lista, la cosa es cómo saber si son todas las que dicen estar. Se trata de distinguir ‑como hacía el oso Winnie Pooh con sus “pensamientos pensativos”‑ cuáles son las “ciencias científicas”.
Según la RAE, ciencia es el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales. Aunque contiene muchos términos delicados (como razonamiento, estructura, deducción, o principios), la definición parece lo suficientemente maleable como para mantener como “ciencias” a todas las que dicen serlo.
La lista puede intentar reducirse con la criba de Wagensberg, que dice que el método científico ha de tener voluntad de respetar al máximo tres principios: producir mínima interferencia con lo observado, conseguir representarlo de modo reducido y manejable, y someter lo deducido al contraste con la experiencia. Hay que observar que la voluntad no garantiza el éxito. Éste establece una barrera difícil de salvar entre las llamadas ciencias “duras” ‑como la física o la química‑ y otras ‑como la economía‑ con innegable vocación científica pero mucho peor rendimiento. Según relata Silvia Nasar en “Una mente maravillosa”, esa diferencia de categoría ‑junto con el hecho de que la economía no estaba en la lista original elaborada por Alfred Nobel‑ sirvió de argumento a un sector del Comité Nobel para promover la eliminación del premio en el área de economía. Si la sola determinación –imprescindible‑ de observar, representar y contrastar se acepta como certificado de “ciencia”, la purga de Wagensberg no permite adelgazar objetivamente mucho la lista.
Hay otro criterio que sí permite calibrar las distancias científicas entre las disciplinas. Proviene de la afirmación ‑atribuida al científico francés Henri Poincaré (1854-1912)‑ de que “una ciencia tiene de ciencia lo que tiene de matemáticas”. Con esa perspectiva, se borra la distinción tradicional entre las ciencias por el objeto de estudio ‑naturales si el objeto es “verde” y sociales si es “gris”‑. Así, entre las ciencias “más ciencias” estará la economía –que pasa por ser, después de la física, la disciplina que hace uso más intenso de las matemáticas más avanzadas. También, las ciencias económicas son más ciencias que las empresariales. Y la medicina, una ciencia de las de toda la vida, es casi tan ciencia como el derecho. Muy cerca de éste se hallan todas las “ciencias” citadas más arriba.
En una línea similar, el físico Max Tegmark ha organizado las diferentes disciplinas en un árbol de familia donde, en principio, cada una se deriva de otras ‑más fundamentales‑ que se encuentran más arriba en el diagrama. Las teorías tienen dos componentes: ecuaciones matemáticas y “equipaje”, que son las palabras que explican como la teoría conecta con lo que los humanos observamos y comprendemos. La razón entre las ecuaciones y el “equipaje” disminuye a medida que se desciende el árbol, de modo que la razón es prácticamente cero en la base –donde se hallan disciplinas muy aplicadas, como la medicina o la sociología‑ mientras cerca de la copa se encuentran las disciplinas altamente matematizadas –como la relatividad general o la mecánica cuántica‑. En la cima del árbol, Tegmark conjetura que existe una teoría sin “equipaje” alguno, de la que se desprenden todas las demás: una teoría del todo. La teoría científica del todo no tiene palabras: es puramente matemática.