La escritura del universo
En 1623 Galileo Galilei escribió en su libro El ensayista la célebre frase acerca del papel de las matemáticas en la descripción del universo: “Está escrito en el lenguaje de la matemática […], sin la cual no es humanamente posible comprender ni una sola de sus palabras, y sin la cual se deambula vanamente por un laberinto de tinieblas.” La matemática es la escritura del universo. Sin ella, se presenta laberíntico y tenebroso. Por eso, los mensajes enviados desde la Tierra al espacio en busca de inteligencia extraterrestre han tenido un contenido matemático, en la idea de que será un lenguaje comprensible para otros habitantes de nuestro universo.
El propio Einstein expresaba su asombro por el hecho de que un producto del pensamiento humano y que es independiente de la experiencia –las matemáticas– se adapte de modo tan admirable a la realidad.
En el siglo XVII se produjo un avance descomunal en la comprensión del mundo. Se consiguió comprender el movimiento. Galileo fue capaz de obtener fórmulas matemáticas que rigen la caída de los cuerpos y el viaje de los proyectiles sobre la superficie de la Tierra. Ambos desplazamientos, uno en el tiempo y otro en el espacio, se describen por curvas llamadas parábolas, objetos matemáticos que los griegos habían ya estudiado dos mil años antes por el placer de considerar las secciones de un cono. Otro gigante de la ciencia, Johannes Kepler, había anunciado tras un monumental trabajo que las órbitas de los planetas alrededor del Sol trazan una elipse, otra de las curvas cónicas de los griegos. Ambas curvas, objetos geométricos clásicos, adquirían así un inesperado protagonismo definitivo en la película del mundo real. He ahí dos ejemplos del fenómeno causante del asombro de Einstein.
Newton fue capaz de ver mucho más lejos subido a hombros de esos gigantes, como él mismo dijo. Encontró una fórmula universal, válida para describir tanto el movimiento de los cuerpos celestes de Kepler como el de los proyectiles de Galileo. Su ecuación –maravillosamente sencilla desde un punto de vista matemático– es como una bola de cristal, capaz de anticipar el futuro de los cuerpos en movimiento. En un tour de force sin equivalente en la historia de la ciencia, la mente de Newton parió el cálculo de derivadas e integrales para poder resolver su ecuación general de los movimientos. No extraña que gozara de un inmenso prestigio y fama en su tiempo, considerado uno de los hombres más grandes de la historia. “Es nuestro Cristóbal Colón que nos ha llevado a un nuevo mundo”, escribió Voltaire, fascinado con el mito inglés. Como algunos países reservan sus lugares más emblemáticos para honrar a sus grandes hombres, Newton está enterrado –junto a otros genios como Darwin o Haendel, y también junto a algunos reyes– en la Abadía de Westminster en Londres.
El éxito de Newton representa un momento excepcional en la historia de la humanidad, que dejó la impresión de que el mundo era matemático y la certeza de que la razón podría desentrañarlo. Desde entonces las ciencias han incorporado la matemática como herramienta básica para abordar sus problemas. No existe ninguna otra materia transversal que se estudie en todas las escuelas de ciencias o de ingeniería. Lo que distingue al mundo moderno, como lo conocemos, del de los siglos anteriores se debe al momento explosivo de la ciencia del siglo XVII y éste, a su vez, a las matemáticas.
La formidable adaptación de la matemática para describir la naturaleza es un verdadero misterio. Un regalo maravilloso, según el matemático Eugene Wigner, premio Nobel de Física en 1963. Un regalo, dijo, que ni comprendemos ni merecemos.
Este tema despierta en mí mucha curiosidad, porque:
Posiblemente otra forma de inteligencia descifraría el mundo con otra herramienta no matemática. El Universo está escrito en el lenguaje o los lenguajes que somos capaces de construir y entender.
El ser humano tiene diferentes formas de lenguaje, de alguna forma relacionadas todas ellas: lenguaje no verbal (postural, tacto, pictórico, etc.) lenguaje musical (muy matemático, también, por cierto), lenguaje verbal y lenguaje matemático (seguro que hay otros más) . Estas formas de comunicación están claramente basadas en los mecanismos y potenciales de percepción (sentidos): vista, oído, etc., su coordinación, la capacidad de abstracción e integración de lo percibido y la respuesta que a todo esto somos capaces de dar.
Me pregunto si otra forma de inteligencia tendría su propia forma de interpretación, y si el ser humano, por el hecho de disponer de limitados lenguajes, sólo puede conocer el Universo en limitadas versiones… Conocer y descifrar sólo una de las infinitas formas del mismo…¿Qué opina mi admirado matemático al respecto? ¿Podría deleitarnos J.M. con algún ensayo más?