Absurdo con gimnasia
Entre las formas populares de intentar acompasarse con el parsimonioso paso del tiempo del verano bajo una sombra o sombrilla está la práctica del sudoku. Sin embargo la parsimonia es sólo aparente, como sabe cualquiera que se haya roto la cabeza contra uno de esos puzzles numéricos de cierta entidad (no todos son iguales). Una genuina partida de sudoku transcurre como el ascenso por una soga poblada de nudos diversos que se deben ir resolviendo por el camino. La subida es irregular, rápida en pocos tramos, detenida en otros largamente, sin avance. El tiempo del reloj pasa, a secas ‑añadiendo una razón más sutil del término genérico “pasatiempo”‑, mientras el pensamiento se tensa a la búsqueda de un destello -una inspiración- que deshaga la cuerda hasta el siguiente nudo.
Si se consigue culminar el ascenso, se contemplará la soga limpia de nudos -el tablero resuelto- colgando desde lo que da impresión de ser el techo. El de un gimnasio. Porque aparece esa sensación mezcla de cansancio y cierto absurdo por el esfuerzo, como suele hacerlo tras una sudorosa sesión en un gimnasio, de los de espejos. Uno puede imaginar, digamos, a un Fernando Alonso (vaya, ya estaba tardando en aparecer) invadido por ese absurdo inmediato a unas tablas de musculación collar ‑del cuello. “¿Y ahora qué? Sí, sí, estoy como un toro ‑del cuello‑ ¡Pero que lo mío es apretar el bólido a las curvas!” Una escena similar a la del absurdo del luchador de sudoku colgando del techo: “¿Y ahora qué?” Pues ahora, nada.
En efecto, la idea de que sudokus y sus parientes son un ejercicio inútil parece de curso común. Por ejemplo, el sociólogo Enrique Gil Calvo se refiere a ellos –en un interesante artículo, por otra parte- como “ociosas microescrituras fútiles y banales” (El País 21/8/10). Pues va a ser que no. La idea será de curso común, pero no de curso legal.
Si es que por legalidad se entiende la científica, claro. El sudoku y otros puzzles están reconocidos hace tiempo como un modo de estimular el cerebro. Se sabe que el sudoku activa “genes de supervivencia” adormecidos que hacen las células cerebrales más longevas y resistentes. Así, se ha evidenciado que previene la depresión y otras enfermedades neuropsiquiátricas, como el Alzheimer. Lo último es que la demencia aparece más tarde en cerebros “entrenados” pero parece progresar más rápidamente en ellos. Según se mire, parecen dos ventajas en lugar de una. En Reino Unido lo tienen tan claro que escuelas de primaria lo incluyen en sus actividades de clase. Si todo eso sabe a poco, psicólogos de Harvard han descubierto recientemente que hacer sudokus ayuda a las parejas a recomponerse rápidamente tras una discusión, o sea que hasta con el amor hemos topado.
Así que la gimnasia veraniega de nudos parece estar muy lejos de ser absurda. También, nada absurdo es el trabajo cansino de Alonso en el gimnasio de espejos, que resulta ser imprescindible a 300 km/h. Los beneficios de los sudores exprimidos en ambas gimnasias están claros, aunque no en el corto plazo. Por otra parte, la comparación de ambas termina ahí, toda vez que en la gimnasia del lápiz se ejercita precisamente el único músculo que no se entrena en la de olor a sales humanas.